Las interrupciones son objetivamente un problema porque chocan frontalmente con nuestra capacidad de concentración o, dicho de otro modo, dificultan de forma considerable la correcta gestión de la atención.
Son pocas las organizaciones que no están profundamente afectadas por la interruptitis de la que habla David Allen, prima hermana de la reunionitis, otra enfermedad productiva tan letal como la anterior.
Uno de los motivos por el que las interrupciones nos sientan tan mal es porque carecemos de una herramienta adecuada para gestionarlas. Además, estamos obsesionados con la urgencia, y en menor medida también con la importancia, que no dejan de ser criterios subjetivos y volátiles.
Sin embargo, vencer a las interrupciones es muy sencillo.
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