Esta semana había sido convocada una huelga general estudiantil en defensa de la Educación Pública. Por razones diversas no he podido unirme a las marchas pero, desde aquí, quiero dejar mi contribución en defensa del modelo que tenemos actualmente. No voy a hablar de datos estadísticos ni comparativos. No. Simplemente voy a contar mi experiencia como padre.
Si eres habitual del blog sabrás que tengo dos hijas y un hijo. La mayor, Carolina, tiene ahora 11 años y está en sexto curso de primaria. Es, por tanto, su último año en la escuela antes de pasar al Instituto en el que cursará la educación secundaria obligatoria. Toda la educación primaria la ha pasado en un colegio público, el CEIP Jose Ramón, de Alcalá de Guadaira.
Supongo que es un colegio público como otro cualquiera. Si lo elegí para escolarizar a mis hijas fue principalmente por su proximidad a mi domicilio. El único criterio que tenía claro a lo hora de solicitar plaza era que el círculo de amistades de mis hijas estuviera en las proximidades a casa.
En los más de 7 años de experiencia como padre de una alumna de primaria (antes había cursado en el mismo colegio un par de cursos de educación infantil) he podido comprobar cómo ha mejorado la escuela pública desde los tiempos en que yo pasé por ella (aunque en un colegio diferente). Durante estos años he asistido también con perplejidad e indignación cómo se atacaba de forma injusta e irracional a la educación pública desde todos los frentes; políticos, padres y madres, y hasta conocidos que ni siquiera tenían hijos.
En general he podido comprobar con satisfacción que la educación que ha venido recibiendo, primero Carolina y ahora María (mi hija mediana), es de buena calidad. El nivel de exigencia en ningún momento ha sido bajo. Hay cuestiones, como las insuficientes horas de dedicación a la lengua extranjera, en las que no estoy conforme. Pero en cualquier caso he experimentado que mis hijas tienen unos conocimientos más amplios y diversos que los que con toda seguridad tenía yo a su edad.
En estos años han sido unos cuantos los maestros y maestras con los que he tenido el gusto de compartir la responsabilidad de la educación de mis hijas. Cada cual a su manera me ha demostrado su vocación e interés por dar lo mejor de si mismos. Ha habido alguna discrepancia, pero nada que no haya resuelto una buena charla en horas de tutoría.
Para mí, éstas son razones suficientes para defender el modelo de escuela pública que tenemos y rechazar cualquier reforma que pudiera empeorar las condiciones en que Manuel, mi hijo pequeño, vaya a ser escolarizado.
Pero hay más. Hay cuestiones especiales que merece la pena poner en valor. En la entrada anterior anunciaba la propuesta que he formulado al Pacto por Andalucía sobre invertir en innovación y habilidades digitales. Y es que si al programa Escuela TIC 2.0 le sumas un Maestro INprendedor la inversión sale muy beneficiosa.
Este binomio es el que ha tenido la fortuna de encontrar Carolina. Como todos los alumnos y alumnas de la escuela pública andaluza, el año pasado, al terminar el primer trimestre de quinto de primaria, el colegio le entregó un netbook y en clase empezaron a utilizar la pizarra digital. No era la primera vez que mi hija iba a utilizar un ordenador, pues de hecho, desde tercer curso ya los maestros venían sugiriéndole en algunas tareas escolares la búsqueda de información en la web.
Las competencias digitales que está desarrollando mi hija ya las quisiera yo en algunos colegas de trabajo. Con 11 años sabe manejar con soltura un procesador de textos, un editor de diapositivas, una aplicación para realizar esquemas conceptuales, el correo electrónico, mensajería instantánea, blogs… Y la cosa no queda en el mero uso de las herramientas. La producción de textos, la soltura en la búsqueda de información, la creatividad, incluso la oratoria a la hora de exponer presentaciones en clase, son competencias que está potenciando y que son imprescindibles para desenvolverse en la sociedad y el mercado laboral que en el futuro se va a encontrar.
Mi hija ha llegado a despertar en mí el interés por las extraordinarias posibilidades de Google+; a mí que me considero, si no un nativo, si al menos un residente digital (llevo usando la Red desde 1994).
El último avance de Carolina y logro de su maestro: programación para Android. Sí, mi hija ha desarrollado su primera aplicación para Android. No es nada del otro mundo, pero es una pasada que la inciten a aprender a programar. Y dirás, ¿para qué enseñar a los niños a programar? Yo hace años que no programo, pero te puedo garantizar que la creatividad que se desarrolla es inmensa. Y el valor educativo del experimento me encanta.
Como hija de buen agnóstico, Carolina en lugar de clases de religión tiene «alternativa». Tradicionalmente en esta asignatura ha estudiado valores sociales y éticos. Pero en este curso el maestro ha puesto en marcha una iniciativa en la que los alumnos de sexto curso, desarrollan actividades educativas con los alumnos de educación infantil, como cuenta-cuentos con moraleja. Y ha querido ir un paso más allá: ¿y si en lugar de enseñar a los pequeños una moraleja a través de un cuento, crearan su propia aplicación educativa?
Aprovechando que en educación infantil, en lugar de un PC en la clase, disponen de un tablet Android, y tras descubrir el lenguaje de programación experimental AppInventor del MIT, este INprendedor Público de la educación se ha puesto manos a la obra y a conseguido despertar el entusiasmo de unos alumnos afortunados entre los que tengo la suerte de tener a mi hija.
De momento, en esta primera fase han creado una sencilla aplicación que muestra la foto de un animal y que al pulsarla emite el sonido de dicho animal. En el caso de Carolina es la imagen de un gato que maulla al pulsarla.
En una segunda fase, una vez tengan varios animales, se prevé añadir el nombre del animal en inglés y su pronunciación.
¡Lástima que haya ciegos que no se den cuenta de que la única forma de salir de la crisis es invirtiendo en educación y potenciando la creatividad y las habilidades que la sociedad de la información exige!
Foto de Rafael Robles L. bajo licencia creative commons (via photopin)
Los Maestros con vocación hacen milagros y si a ello se le suma la colaboración de padres y madres desaparecen los milagros y resulta la verdadera EDUCACION
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A día de hoy, mantener la plantilla de personas que imparten religión en la escuela le cuesta al Estado más de 500 millones de euros, según calcula la organización Europa Laica . «La Conferencia Episcopal extiende sus tentáculos de poder sobre los más de 27.033 centros de Enseñanzas de Régimen General no Universitarias que existen en España, y mantiene su capacidad de influencia en un área clave para cualquier sociedad como es la educación de los menores», denuncia la organización en un comunicado.
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